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Review This Story || Author: sman2000

El solucionador

Part 2 El divorcio

Sonó el timbre de la puerta. Katya no esperaba visita aquel día. Los niños pasarían el fin de semana con Sean, su futuro ex marido. No le había agradado la idea, pero su abogada decía que era lo mejor. Si quería sacar algo del divorcio debía mostrarse dispuesta a hacer algunas concesiones. No es que fuese una mujer avariciosa, pero se había acostumbrado a cierto nivel de vida.

Conoció a Sean siendo ambos muy jóvenes. Ella iba a empezar la universidad mientras que él ya era el heredero de un auténtico imperio financiero. Fue un auténtico flechazo. Unas pocas fiestas, mucho sexo, y cuando se quiso dar cuenta ya eran un feliz matrimonio. Desde entonces escuchó mucho la expresión "esposa trofeo" e incluso "mujer florero". No era de extrañar, había sido una jovencita preciosa. Con el cabello rubio de color dorado, haciendo honor a sus ancestros del viejo continente. Sus ojos eran de color gris oscuro, casi pasarían por marrones en la distancia.  Tenía facciones finas, delicadas, y una sonrisa dulce. El cuerpo era magnífico entonces, y no había cambiado ahora. Katya siempre tuvo un par de generosos pechos, aunque sin ser demasiado grandes. Más cerca del noventa que del cien. Llevaba el pelo por debajo de los hombros, solo un poco por debajo, cayendo en hondas y rodeando su hermoso rostro. Durante años había sido la envidia de fiestas y reuniones. Pronto acabó acostumbrándose a su papel además de a la buena vida. No necesitó seguir estudiando. Se dedicó en cuerpo y alma a Sean. Dedicó el tiempo libre a mantenerse en forma. Ni siquiera tras tener dos hijos había perdido un ápice de la explosividad de su juventud. Con cuarenta años recién cumplidos, muchas jovencitas seguían mirándola con incredulidad. Era algo más que mantener un aspecto joven. Los años le habían dado un toque de madurez y seguridad que la hacían aún más sexi.

Aún le resultaba difícil asumir que Sean hubiese decidido divorciarse. Fue de la noche a la mañana. Tal vez de haber sido una ruptura progresiva, o de mutuo acuerdo, no se habría enfadado tanto. Habría luchado por la custodia, pero no habría intentado quedarse con un trozo tan grande del pastel. Tras meses de litigios, cuando la situación aún estaba en un punto muerto, se arrepentía un poco. Ya era tarde para echarse atrás.


Ignoraba que él, simplemente, se había cansado de ella. Aún estaba en sus mejores años, pero Sean quería volver a gozar de los placeres de una mujer más joven. Durante años había tenido aventuras bien escondidas, pero cada vez era más difícil. Creía conocer a Katya. Esperaba mucha menos resistencia. Ambos querían la custodia, claro, pero pedir la mitad de los bienes…


Katya vestía aquella tarde con un jersey de lana rosa muy claro acompañado de una larga falda blanca. Estaba sentada en el sillón, apoyando los pies sobre la mesilla mientras terminaba de pintarse las uñas de color rojo suave. Tan solo tenía previsto pasar la tarde tranquilamente, tomar un par de copas de vino, y ver alguna película. Algo sencillo. Ya que no tenía ninguna obligación y ya había corrido por la mañana, pensaba relajarse. Quizás redondearía la noche con un buen baño mientras leía alguno de los libros que parecía posponer eternamente. El sonido del timbre trastocó un poco sus planes.

-Será un vendedor- se dijo - o algo por el estilo

Con cierta desgana, dejó el bote de esmalte en la mesilla para levantarse. No vivía en cualquier piso. Se encontraba en una de las casas de Sean que, por el momento, habían acordado dejarle a ella. Se acercó a la pantalla que mostraba la puerta principal. Había un solo hombre, moreno, vestido con traje negro, corbata azul oscuro, camisa blanca, y gafas de sol. No podía decirse mucho de él, nada destacable, ni muy alto ni muy bajo, con el pelo engominado hacia atrás. Solo se fijó en que llevaba un maletín en la mano derecha.

-¿Quién es? - preguntó ella a través del comunicador.

-Vengo de parte de su esposo. Soy el nuevo abogado.

Aquella respuesta no la agradó en absoluto. Estuvo apunto de mandarle al infierno de inmediato. Se contuvo. No sabía nada de esa visita y así se lo hizo saber. Además, si iban a tratar asuntos legales debía estar delante su propia abogada. Sin embargo el tipo respondió.

-No le voy a pedir que firme nada hoy. Solo quiero exponerle un nuevo acuerdo con calma, para evitar discusiones y enfrentamientos. Después dejaré los papeles aquí y usted puede llamar a su abogada para revisarlo ambas tranquilamente.

La encerrona seguía sin gustarle, pero ese hombre tenía algo de razón. Cuando se habían reunido acababan gritándose los unos a los otros como en los programas de la tele. No avanzaban nada. Tal vez era momento para otro enfoque.


Habían pasado ya cerca de una hora debatiendo los términos del nuevo acuerdo. Sean ofrecía la casa donde se encontraban, uno de los coches, y una pensión de medio millón al mes. En realidad cualquiera habría firmado. Era mucho. Sin tener a Sean delante para discutir, cualquier acuerdo parecía mejor. El problema venía en la custodia. Sean la quería completa para sí mismo con uno de cada dos fines de semana para Katya. Justo ese era el tema en el que no estaba dispuesta a ceder. Llevaba minutos y más minutos intentándoselo hacer ver a aquel hombre que se había presentado solo cómo Bob.

-No, no, y no. - repetía disgustada. - No tiene derecho a pedir algo así.

-Es un trato justo - replicó él. - Le da dinero para empezar una nueva vida. No tendrá ninguna preocupación por el resto de sus días

Katya le quitó los papeles de las manos y los rompió. No iban a comprarla con dinero. Bob por su parte no se alteró. Su trabajo era mucho más divertido cuando rechazaban las ofertas. Por desgracia para él, muchas veces entraban en razón.

-Entiendo que no aceptará este trato por mucho que insistamos.

-¿Es que no ha quedado claro?

Katya estaba a punto de echarlo de su casa. El hombre era muy amable, medía bien sus palabras. Al fin de cuentas era solo el mensajero. Hizo su mejor esfuerzo por calmarse.

-No, no acepto ese trato

Bob sonrió. Justo las palabras que esperaba escuchar. Giró el maletín sobre la mesa de forma que, al abrirlo, la cubierta tapaba la vista de la mujer, impidiéndole ver el interior.

-En ese caso, estoy autorizado a ofrecer otro acuerdo aún más favorable, pero es el último.

Katya se serenó un poco e intentó volver a acomodarse en el sillón.

-Ya puede ser bueno.

Bob asintió mientras agarraba algo del interior del maletín

-Mi cliente no le pagará nada a modo de pensión.

-¿Qué? - preguntó ella visiblemente ofendida.

-Además - prosiguió Bob - no compartirá ninguno de sus bienes. Se quedará con la custodia completa sin un solo día de visita

-¿Cómo se atreve? - gritó con tanta fuerza que, de ser una casa normal, la habrían oído todos los vecinos. - ¡Fuera de aquí ahora mismo!

Bob se levantó rápido como el rayo. Puso un pañuelo blanco en el asustado rostro de Katya mientras con la mano izquierda la sujetaba por la nuca. Katya forcejeó intentando primero apartarlo a empujones, y luego quitar la mano derecha del rostro. El pañuelo estaba mojado en alguna droga que la iba dejando inconsciente según trataba de respirar. Cuando lo notó renovó sus esfuerzos. Trató de dar también algunas patadas, de arañarle el rostro. Poco a poco se iba quedando sin fuerzas. Los brazos se desplomaron mientras notó como le costaba mantener los párpados abiertos. Apenas escuchó las palabras de Bob antes de quedarse dormida.

-Y no vas a tener nada porque estarás muerta. 


Bob levantó a la mujer. Aunque Katya estaba en buena forma, era esbelta. La diferencia de peso entre ambos resultaba evidente, y Bob era un tipo fuerte. Había sido soldado, eso sin contar que su trabajo actual requería cierto estado físico. Aún así cargar con un peso muerto resultaba complicado. Claro que Katya aún vivía, pero estaría inconsciente durante un buen rato. La reclinó hacia delante para poder agarrarla por las axilas. Podía haberla cargado a hombros, solo que eso le parecía menos divertido. Prefería ver los pies descalzos, con las uñas recién pintadas, arrastrando por el suelo. Llevó la carga hasta una de las mesas del salón. Allí la incorporó del todo, recostándola después sobre la mesa. La mujer quedó con el torso boca abajo sobre el mueble y las piernas colgando hasta el suelo.

Con su víctima aún inconsciente, subió la falda por completo, revelando un trasero redondeado aunque firme y musculoso. A continuación bajó las bragas lentamente. No estaba vestida para salir, resultaba normal encontrarse un par blanco, cómodo. Nada de lencería fina. Una vez llegaron al suelo las retiró primero de una pierna, luego de la otra. Lamentó un poco su mala suerte. Le encantaba ver a sus víctimas con medias o pantis, y con zapatos. El disgusto duró poco. Tenía ante sí una vagina, si bien no tan prieta como la de una jovencita, si bastante apetecible, coronada por una fina línea de bello rubio muy oscuro.

Bob estaba desnudo pocos segundos después. Comenzó a penetrarla sin dilación. Su miembro entró, no sin ciertos problemas, hasta el fondo de la primera embestida. Empezó a montarla salvajemente. Heidi, aún inconsciente, no emitía ningún ruido. Los únicos sonidos procedían de los gruñidos de Bob. El cuerpo de la mujer se movía un poco hacia delante con cada nueva embestida. De haber estado despierta habría sufrido el dolor natural de la violación junto al añadido de clavarse el canto de la mesa contra los muslos.

Bob no hizo mucho por aguantar ni contenerse. Siguió a buen ritmo hasta acabar corriéndose dentro. Aún tenía mucho tiempo para divertirse.


Este primer asalto había sido solo para desfogarse. Cuando terminó, tras un leve descanso para reponerse, continuó desnudándola. Cada prenda arrebatada conseguía, ahora sí, colmar sus expectativas. Piel suave, tersa. Un abdomen casi liso fruto de horas en el gimnasio. Podría haber dicho muchas cosas buenas de tan hermosa criatura. Bob sin embargo era un hombre sencillo. Sabía que el mejor momento llegaría al quitar el poco sugerente sujetador blanco. La falta de lencería fina fue redimida por un par de magníficas tetas. De buen tamaño, grandes sin llegar al exceso. Coronados por dos pezones de color marrón claro junto a dos areolas tal vez un poco, solo un poco, más amplias de lo deseable. Firmes a pesar de estar empezando a notar el paso de los años. Tan solo estaban un poco caídas. Comprendió perfectamente a su cliente, Katya habría seguido siendo bella durante años, durante toda su vida, pero este era su punto álgido. El momento perfecto entre juventud y madurez. Se sintió casi un justiciero. En su retorcida mente tenía sentido impedir que tan magnífica flor se marchitase.


Katya abrió los ojos poco a poco. Era como despertar de un sueño muy profundo. Notaba su propio cuerpo agitándose de adelante atrás. Estaba tumbada boca arriba sobre el suelo. Los brazos le dolían. Sabía que los tenía bajo la espalda, pero tardó en descubrir que tenía las muñecas atadas, al igual que los codos. Las ataduras estaban tan apretadas que los hombros parecían chirriar a cada nuevo movimiento. Tardó unos segundos en ver con nitidez. Antes notó dolor e irritación en su sexo. Gritó aterrada al sentir el pene invasor de Bob violándola salvajemente. Nadie respondió. La casa estaba aislada e insonorizada. Aún así siguió gritando hasta que su agresor utilizó la mano derecha para mantener la boca cerrada. Eso no impidió que ella siguiese intentándolo. Agitó la cabeza de un lado a otro, tratando de soltarse. Solo logró revolver el pelo y perder de vista a su agresor durante unos segundos. Cómo no podía empujarlo con las manos, ni siquiera morderle, intentó hacerlo con las piernas. Tampoco pudo patalear. Tenía ambas apoyadas sobre los hombros del hombretón. Hizo lo posible por bajarlas. Tan solo consiguió abrirlas un poco más hasta que la izquierda cayó a uno de los costados. Aquel desalmado sujetaba la otra. Katya no dejó de resistir en ningún momento, solo que fue un esfuerzo inútil.

Al final notó a su violador acelerando el ritmo. Supo reconocer la sensación. Comenzó a agitarse con desesperación sin darse cuenta del placer adicional que eso causaba en Bob. No solo apretaba más, de forma involuntaria, con las vagina. Además sus preciosos senos se agitaban y tambaleaban, ofreciendo un magnífico espectáculo erótico.  No tuvo más remedio que aguantar mientras aquel hombre eyaculaba en su interior. No era la primera vez durante las últimas horas, pero era la única que ella había sentido.


Bob se sentó en el suelo a recuperar el aliento. A su lado Katya empezaba a forcejear con las cuerdas. Nada de lo que preocuparse para el sicario. Su presa no iba a soltarse. Cuando Katya también lo comprendió, cuando el cansancio la iba venciendo, dejó de moverse. Pidió auxilio un par de veces. Sabía que no recibiría ninguna ayuda, nadie podría oírla. Entonces cambió su registro. Comenzó a insultar a aquel monstruo. Cerdo, cabrón, hijo de puta. Recitó entre furiosa y asustada cuantos insultos conocía. Al acabar, el miedo iba ganando terreno a la ira. La mente reconstruyó los hechos hasta ese momento. Recordó cómo había llegado allí. Recordó las últimas palabras de su violador antes de dejarla inconsciente. Justo en ese momento Bob se levantó exhibiendo una nueva erección. Katya intentó arrastrarse en dirección contraria. Se movía mucho más lento. No pudo alejarse. Bob se sentó sobre ella, con una pierna a cada lado de su costado.

-¡No me toques! - gritó - ¡¿Qué vas a hacerme?!

Bob sonrió. Le encantaba ver el terror apoderándose de sus víctimas.

-Ya te lo he dicho. Voy a matarte.

Las palabras golpearon a Katya como un jarro de agua helada. "Voy a matarte". Lo escuchó una vez tras otra. La impresión fue tan grande que al principio no reaccionó. No hizo nada mientras su futuro asesino colocaba el pene entre los pechos y utilizaba ambas manos para apretarlos contra su miembro. Llevaba un rato usándola para masturbarse cuando fue capaz de reaccionar un poco. Trató de sacudírselo, aunque nuevamente solo consiguió incrementar el placer que él sentía. Le dio igual, siguió intentándolo. No lo consiguió. Bob tan solo se retiró tras eyacular sobre las tetas de su víctima.

Una vez más, Bob se retiró.. Sabía que Katya estaba aterrorizada. La pobre mujer no dejaba de temblar ni de llorar. Se acercó al maletín para recoger algo nuevamente.


-No lo hagas - dijo Katya entre sollozos. - Dile que no quiero nada. Solo a mis hijos. Puede quedarse el dinero. Con todo lo demás

Bob negó con la cabeza. Antes o después siempre llegaba la negociación. En ocasiones tenía que conformarse cuando aceptaban el primer trato. Más veces de lo deseable. El resto, cuando llegaban a este punto, siempre acababan suplicando. No le extrañaba. Él mismo suplicaría por su vida si hiciese falta. La mayoría ofrecían más sexo. Otras, las valientes o las que se consideraban más dignas, ofrecían algo distinto. Lo común era mejorar el precio. Katya debía pensar que bastaba con rendirse. En ningún caso era así. Los clientes de Bob pagaban por dos cosas. La primera era su capacidad para resolver estas situaciones. Quienes no accedían a un trato justo acababan desapareciendo. La segunda, que a ojos de las autoridades era un asesino en serie. La investigación sobre sus clientes siempre sería superficial una vez encontrasen ADN registrado en tantas otras violaciones y asesinatos. Si ahora empezaba a dejar vivas a sus víctimas, nadie volvería a contratarle. Para un psicópata cómo él sería complicado encontrar otro trabajo en el que le pagasen por hacer lo que le gustaba.

Volvió a coger el pañuelo con el que había dormido a su víctima la primera vez. De nuevo lo colocó sobre el rostro de la mujer que, de nuevo, intentó resistir con todas sus fuerzas. Hasta aguantó la respiración en un intento de evitar volver a ser drogada. Al final quedó inconsciente como la vez anterior.

Bob sacó más cuerdas de su maletín. Aún le quedaba algo de trabajo pesado.


Katya despertó otra vez poco a poco. En esta ocasión no había nadie violándola. Estaba atada a las columnas del techo, sujeta por los brazos. Los hombros le ardían aún más que antes al estar cargando parte de su peso sobre ellos. Las piernas también estaban atadas al techo por los tobillos. Katya era una mujer muy flexible, pero sus articulaciones dolían porque la postura era demasiado forzada. Tenía los pechos apretados contra las piernas, como si hubiesen intentado plegarla sobre sí misma. Parecía un milagro no haberse roto nada. Se fijó finalmente en un segundo juego de cuerdas que partía desde sus tobillos. La cuerda salía de una pierna, daba una vuelta completa alrededor del cuello, e iba al otro tobillo. De haber dejado caer las piernas un poco más se estaría estrangulando a sí misma. De hecho ya le costaba respirar.

Vió a Bob delante con un afilado cuchillo. El mal nacido no dejó de sonreír mientras cortó la cuerda que mantenía la pierna derecha fija al techo. De este modo Katya quedó sin aire unos segundos, al caer la pierna unos pocos centímetros. Requirió de cierto esfuerzo para levantarla hasta una postura en la que pudiese respirar. Bob ya estaba apunto de cortar la segunda cuerda.

-¡No!- gimió desesperada - ¡No lo ha…!  Agh

El asesino realizó el corte. Después caminó despacio hacia el sofá. Lo había colocado justo en frente de su víctima.

-Imagínate - dijo mientras se sentaba. - Cuando te encuentren estarás desnuda, colgada en el techo, y con el coño al aire. Esa será tu última imagen. Un coño colgado del techo.

Katya se esforzó por mantener levantadas las dos piernas. Todo su rostro se retorció por el esfuerzo. Temblaba debido a la tensión muscular. Tampoco dejaba de llorar mientras suplicaba con la vista. Ocasionalmente miraba hacia la puerta pensando que de pronto llegaría alguien para salvarla. Tenía que ocurrir.

Bob se masturbaba lentamente, con tranquilidad, mientras la veía ejecutarse a sí misma. Perdió la noción del tiempo mientras veía aquel magnífico cuerpo aferrándose a la vida. Disfrutó cuando las piernas fallaron y la mujer ya no pudo mantenerlas más en alto. Ella lo intentó. Trató de volver a levantarlas, incluso pensó en turnar una y otra. Al final las dos extremidades colgaban como pesos muertos cerrando completamente los conductos respiratorios. Fue un proceso lento. Bob ya se había corrido un par de veces cuando la lengua asomó grotescamente entre los ahora azulados labios de la mujer. En los últimos momentos se relajaron los esfínteres y cayó un fino hilillo de orina durante algunos segundos.


Tras vestirse, Bob abandonó el caserón con la satisfacción de un trabajo bien hecho. Ya anochecía. Era el momento de acostarse. El primer vuelo salía a primera hora.



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